martes, 12 de mayo de 2015

Mi pozo preferido.

Me dispuse a salir, aunque no sabía muy bien si salía de algún lugar o hacia algún lugar.
No sé si salí a pasear o lo que pretendía era salir de aquel pozo en el que me había colado desde la mañana temprano.
Aún hoy me lo pregunto.
Lo cierto es que, sin apenas darme cuenta acabé haciendo las dos cosas.
Como todo, al final una cosa lleva a la otra.
Sabes perfectamente que hablo de ti, mi pozo preferido.

Está claro que en él no lo paso lo mejor que podría, pero cuando hago el amago de salir, entonces me doy cuenta que es el mejor refugio.
No hay otro lugar en el que yo sepa colarme mejor.
A veces pienso que llorándote te disfruto, quizás porque no tengo otra manera, seguramente porque sea la única que me queda.

Pensarte se ha convertido en una forma de vida, la mía.
Y echarte de menos casi se podría considerar mi religión.
Adivina pues a quién le rezo todas las noches.

La cuestión es que, como te decía, no puedo huir de ti, porque sería huir de mi misma.

Eres mi cuerda y mis esposas, pero también eres las alas, eres sobre todo la libertad de esta tinta, eres la imaginación de un papel, eres arte.

Después de darme cuenta una vez más de todo esto, decidí darme la vuelta y volver a casa para escribirte.

Siempre nos quedará el viaje de retorno, ese que tantas veces hicimos, ese que me encantaría seguir haciendo.
Ese que tanto cuesta.

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