martes, 29 de julio de 2014

Imaginación.

No me digas que tú no has soñado alguna vez con ser un pájaro.

Más grande o más pequeño, más o menos bonito, ser un pájaro en definitiva, sin pedir nada más.

Yo lo he soñado cientos de veces.

Crear mis propias autovías, formar mis propios caminos, haciendo el trayecto que más me convenga, sin importarme el destino.

Cruzar por encima de tierra o mas sin tener miedo a caer, atajando cuanto me de la gana y sin necesidad de parar a tomar un café porque se me cierran los ojos.

Disfrutar desde ahí arriba de todos los paisajes que voy dejando atrás, mientras me cruzo con otros de mi especie, con los que únicamente me comunicare a través de una pacifica melodía  que saldrá de mi minúscula boca.
Desde ahí arriba podré observar cada rincón, posándome sobre la rama de un árbol, o simplemente mirando mientras avanzo en mi camino.

No habría que cruzar puentes, ni muros, ni tendría que pagar peajes. No habría controles de alcoholemia ni me multarían por no llevar el cinturón.

Únicamente me dirigiría a un lugar conocido o no, elegido o no, eso da igual.
Sería como permanecer de por vida en el autobús que de pequeña me llevaba a las excursiones, era donde mejor lo pasaba.
Cada noche, elegiría dormir en un lugar distinto, rodeada de nuevos climas y aromas.

Y cuando llueva, simplemente volaré más alto que las nubes, allí donde nadie pueda encontrarme. Me esconderé detrás de algún rayo de sol tímido,  por si alguien me pide cuentas. Ahí me quedaré, aislada de todo lo malo que pueda ocurrir y hasta que acabe la tormenta, esperando un nuevo arcoiris en el que me sumergiré feliz. Envuelta en los colores de la vida, envuelta en la felicidad de ser completamente libre.
Cuando todo se desvanezca y caiga la noche, me acercaré a la Luna para decirle algo que siempre pensé de ella, lo preciosa que es.
Igual estando ahí arriba consigue oírme y tal vez, me regale una cálida sonrisa, o un acariciante guiño, que sé yo.

Revolotearé por esa tenue luz, como si fuese el último día que tengo alas.
Cantaré toda la madrugada para que me escuchen los gatos  acunados en tejados viejos de casas con chimeneas oscuras, sintiendo frescor en mi cara, la pureza que envuelve el cielo, y todo lo que esconde este enigmático universo. Ese que tiene la manía de dejarme la mosca detrás de la oreja todas las noches.
Si pudiera, volaría tan alto que besaría cada una de las constelaciones que se dibujan en ese techo que no me deja escapatoria por infinito que sea, pero, ya sabes, de momento no tengo alas, y tengo que conformarme con otras cosas.

Viajar en tren, observar el arcoiris desde mi ventana, calentarme bajo el sol un día de mayo, escuchar la lluvia desde mi cama, besar con mis ojos la Luna y soñar cada noche que por lo menos un poquito, en alguna ocasión, me siento tan libre, que puedo echar a volar algo, mi imaginación.

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