domingo, 10 de enero de 2016

Despertador.

Cómo iba a empezar bien esa mañana si un aparato pequeño, insignificante, ya me estaba obligando a despertarme. Que me levantara decía, que moviera el culo, que el día pasaba, la gente me esperaba, las horas corrían, posiblemente habría tráfico, no encontraría el bolso que quería y las llaves de casa seguramente estarían en algún paradero de mi casa aún por mí desconocido.

Así es imposible empezar el día con armonía, así que, disculpadme todos aquellos que cuando cae el día me preguntan por cómo me ha ido.

Me he tenido que poner en pie a las siete de la mañana, que hacía un frío aterrador, que estaba lloviendo y que me ha pillado el atasco del que me hablaba el despertador, del cuál no he salido hasta media hora después haciéndome llegar tarde a mi cita.

Pero no acaba ahí la cosa, al salir del coche algún o alguna miope pasó rozándome a la velocidad precisa que le permitía a su coche llenarme de agua y barro piernas, zapatos, manos, bolso y abrigo. Gracias.

Todo esto para que cuando llego al lugar dónde tendría que haber estado mucho antes, me comuniquen que me he confundido de día.


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